El diente de león (Taraxacum officinale) es una planta herbácea y perenne, originaria del continente europeo y más comúnmente conocida como una maleza de distribución cosmopolita. Presenta una larga raíz pivotante y hojas basales dispuestas en roseta, oblongas a oblanceoladas, glabras o pubescentes, e irregularmente lobuladas, con una savia amarga y lechosa.
Sus inflorescencias compuestas son del tipo capítulo y surgen en escapos erectos en cualquier época del año. Estas presentan flores de corola amarilla, liguladas, que, por apomixia (reproducción asexual), forman frutos del tipo aquenio, fusiformes y de color marrón, equipados con cerdas blancas y sedosas que permiten que el fruto alcance grandes distancias cuando es llevado por el viento. El conjunto de los frutos tiene una forma esférica, plumosa, como un «pompón».
El diente de león es considerado una planta maleza importante, especialmente en céspedes, donde presenta una erradicación difícil, ya que su larga raíz se rompe fácilmente al intentar arrancarla, persistiendo en el suelo y volviendo a brotar luego. A pesar de esto, también es comestible y se encuentra con frecuencia en listas de plantas comestibles no convencionales, conocidas como «PANC».
Las hojas del diente de león son una fuente interesante de vitaminas A, B y C, siendo también ricas en hierro y potasio. Pueden consumirse crudas en ensaladas y jugos verdes, o incluso cocidas y salteadas, como si fueran espinacas. Las hojas más maduras suelen ser muy amargas y se prefieren para saltear, mientras que las jóvenes son ideales para preparaciones crudas.
De sus raíces tostadas y reducidas a polvo, también es posible hacer una bebida sustituta del café, similar a la chicoria. Con las flores se elabora mermelada, jarabe y vino. A pesar de todas sus cualidades como hortaliza, el diente de león aún tiene una alta reputación como planta medicinal, tratando y previniendo una variedad de enfermedades (ver cuadro a continuación).
Debe cultivarse a pleno sol o en semisombra, en cualquier tipo de suelo, pero preferiblemente en suelos fértiles e irrigados regularmente. Los dientes de león crecen espontáneamente en terrenos baldíos y a lo largo de carreteras, pero parecen tener una predilección especial por céspedes bien cuidados. Para controlarlos en estas situaciones, se debe utilizar un firmino o un cuchillo, aflojando el suelo alrededor de la raíz de la planta, permitiendo así extraerla por completo. Otra forma de controlar esta especie es mediante el uso de una escoba de fuego, especialmente útil en pavimentos con adoquines o piedras.
Los herbicidas selectivos también son eficientes en grandes áreas, donde el control manual se vuelve inviable, pero deben ser utilizados bajo la indicación y supervisión cuidadosa de un ingeniero agrónomo. Los dientes de león se multiplican fácilmente por semillas. Al cultivarlos como hortaliza, es común conducirlos como anuales para evitar la fructificación, ya que se dispersan fácilmente infestando los jardines cercanos.