La palmera de la Col (Euterpe oleracea), conocida también como asaí, es una palmera nativa de la región amazónica, cuyos deliciosos frutos son ampliamente consumidos por la población local y han conquistado Brasil y el resto del mundo en las últimas décadas. Es muy similar a la palmera jussara (Euterpe edulis), pero se diferencia de esta por ser cespitosa, generalmente presentando más de 4 estípites por planta, mientras que la juçara es una palmera de estípite único.
Cada estípite es delgado y elegante, alcanzando cerca de 14 cm de diámetro, con córtex de color grisáceo y palmito alargado y comestible, recubierto por las vainas foliares de color verde azulado. Desde la cima del palmito emergen las hojas, pinadas, glabras y pendientes, con aproximadamente un metro de longitud. Las plantas jóvenes presentan hojas bífidas y a medida que crecen son sustituidas por hojas pinadas adultas.
La inflorescencia es erecta a pendiente, en panícula, con numerosas y diminutas flores marrones. Los frutos que siguen son drupas globosas, de cáscara y pulpa púrpura oscura a negra cuando maduros, pulpa jugosa, y semilla única y dura. Estos frutos pueden consumirse in natura, aunque es mucho más frecuente su uso en forma de pulpa congelada, en la creación de nutritivas y sabrosas preparaciones, que van desde jugos, sorbetes, zalameros, mingaus con harina o tapioca, salsas, vinos, jaleas, etc.
Los frutos de la palmera, llamados asaí, son muy nutritivos y energéticos, teniendo una alta concentración de vitaminas, sales minerales, aceites esenciales y sustancias antioxidantes, como la antocianina, que les da su color violáceo.
No es necesario hablar mucho sobre las cualidades de esta especie, basta con probar un tazón de zalamero de asaí para convencerse de que debería ser ampliamente cultivada en nuestro país. No obstante, es una palmera de belleza delicada y elegante, que confiere un aire tropical al paisaje sin sobrecargarlo visualmente. En paisajismo, utilízala en filas a lo largo de caminos o muros, o en grupos mixtos con otros árboles y arbustos, componiendo huertos, pequeños bosques o parterres heterogéneos.
En las fases iniciales también se presta al cultivo en maceta, adornando ambientes internos bien iluminados. Además del elevado valor de sus frutos y su grácil presencia en el jardín, la palmera de la Col es una riqueza sin fin, por el palmito comestible, por atraer la avifauna silvestre, por la madera, pero principalmente por tener un papel fundamental en la sostenibilidad de las comunidades locales, sirviendo como fuente de ingresos y alimento.
Por su comportamiento cespitoso, la palmera de la Col no muere después del corte de uno de sus palmitos. Esto sucede porque hay más de un estípite por planta, lo que permite su regeneración, a diferencia de la palmera-juçara, que no tiene esta capacidad de regenerarse. Así, la extracción del palmito de la palmera de la Col se vuelve más interesante ecológica y comercialmente, permitiendo el mantenimiento de los ejemplares en el bosque, a través de un manejo sostenible.
Puede ser cultivada inicialmente bajo media sombra y gradualmente aumentar la proporción de horas de sol, hasta alcanzar el porte adulto. Aunque las plantas adultas vegetan bien bajo sol pleno, esta palmera prefiere lugares semisombreados, fructificando bien en estas condiciones. La palmera de la Col es una planta de várzea, así que el suelo debe ser rico en materia orgánica y recibir buen aporte de agua, principalmente durante la floración y fructificación.
La palmera de la Col tolera encharcamientos, aprecia el calor tropical y no tolera el frío intenso o las heladas. En cultivos propios para la producción de frutos, se recomienda el desmonte de la planta, manteniendo cerca de 4 estípites, que así crecen más rápidamente y se vuelven más productivos. Se multiplica por semillas, obtenidas de frutos maduros y despolpados, puestas a germinar en sustrato mantenido húmedo, y por separación de los retoños (división de las touceiras).